El nombre MVNGATA es una adaptación de la palabra sueca "mångata", que es el camino de luz que se forma por el reflejo de la luna en el agua del mar.
La doncella más hermosa
Nuestros antepasados cuentan que, en la antigüedad, hubo un tiempo en que las plantas cubrían toda la tierra, los pájaros cruzaban el vasto cielo, los animales dominaban selvas, colinas, bosques y montañas; hombres y mujeres vivían en armonía y los dioses se movían sobre la faz de la tierra.
Por aquel entonces, los dioses del Mayab tomaron el aroma de las flores, el sonido de los pájaros, la blancura de la nieve, un rayo de sol, y durante 7 días y 7 noches unieron sus corazones y crearon a la doncella más hermosa.
Su belleza era tal que ningún hombre podía verla porque su rostro les cegaba, sólo su sonrisa era capaz de iluminar desde la más alta montaña hasta el más profundo de los barrancos.
Amaité, rostro del cielo
Los dioses estaban muy orgullosos de la belleza de su amada hija, a la que llamaban Amaité, que significa "rostro del cielo".
El amor que Amaité sentía por todo lo creado era muy grande. Sin embargo también un gran dolor se guardaba dentro de ella, porque no había nadie que la amara, ya que sólo los dioses podían verla.
Por eso, durante las noches, cuando los hombres y las mujeres dormían, Amaité paseaba por la selva, los ríos, los manglares y los cenotes, ocultando su rostro para disfrutar de toda la belleza que los dioses habían creado.
Gota de miel y rocío
Una noche, un joven llamado Kaknab se perdió en el camino. Desorientado en la oscuridad de la selva, empezó a cantar aquella antigua melodía que los abuelos enseñaban para guiarnos en la oscuridad y volver a casa.
Kaknab había sido bendecido por los dioses con una gota de miel y otra de rocío en la garganta, por lo que su canto era dulce y suave.
Mientras Amaité daba su paseo nocturno, oyó la canción y en silencio se escondió para no ser vista.
Amaité no podía creer lo que escuchaba, la extraña melodía era como un sueño, así que se descubrió la cara para ver de dónde provenía. Grande fue la sorpresa de Kaknab cuando un destello iluminó desde la cima de la ceiba hasta las profundidades de los cenotes, mientras se escondía temeroso entre los árboles.
El brillo del cielo
A la mañana siguiente, Kaknab se despertó y no pudo olvidar lo que había visto, que era tan hermoso. Entonces su corazón se aceleró y un extraño sentimiento invadió su garganta y comenzó a cantar lleno de amor y ternura a aquella luz.
Al oírla, el Dios del viento se dio cuenta de lo genuino de su amor, tomó la melodía entre sus manos y la llevó a los oídos de Amaité. Mientras ella la atesoraba, un extraño punto brillante quedó impregnado en el cielo.
Durante las noches siguientes, Kaknab depositó su canción en manos del Dios del Viento, y un nuevo punto brilló en el cielo.
La eternidad
Agradecida por tan bellos regalos, Amaité pidió al Dios de las Aguas que enviara un beso a la extraña cantante. Estando al borde del mar Kaknab pudo ver un punto brillante en el agua y al tomarlo entre sus manos, un sentimiento inexplicable llenó su corazón.
El dios de las aguas le dijo el nombre de su amada y su alma rebosó de felicidad. Al día siguiente, Kaknab caminó entre la selva y los manglares y llegó a este lugar donde hoy te encuentras.
Así que pidió a los dioses que le concedieran su favor para estar con su amada Amaité eternamente. No le importaba lo que tuviera que hacer, sólo quería tener la dicha de estar con ella.
El sendero blanco
Los dioses vieron que el amor de Kaknab y Amaité era sincero, así que les concedieron su beneficio. Fue entonces cuando Kaknab se entregó a los brazos del dios de las aguas, que le cogió de la mano y le hizo cruzar hacia el horizonte, y una estela blanca y resplandeciente fue dejando tras de sí hasta desaparecer donde el cielo y el mar se unen, para reunirse allí con su amada Amaité.
Desde aquel día, cuando Amaité muestra su rostro en el cielo, el camino que recorrió Kaknab se puede ver en el mar, y las canciones que compone brillan en lo alto y resplandecen en las aguas, y eternamente podemos ver cómo Kaknab mueve y levanta sus manos en forma de olas para acariciar y besar a su amada.
Si un día quieres escuchar sus canciones de amor, coge una concha marina, póntela en la oreja y siente el amor de Amaité y Kaknab en tu corazón.